En una ocasión hace tiempo, Santo caminaba en su auto sobre un sendero que llevaba al final del sinuoso camino, en algunos momentos sintió que vivía un sueño ilusorio y apareció una enorme casa, al aproximarse, notó que la mansión estaba dividida en dos pabellones: un ala oeste y un ala este. Estacionó el auto y se acercó a la puerta, donde colgaba un letrero que decía:
«BIENVENIDO A LA CASA DE LAS CUCHARAS LARGAS»
AQUÍ EXISTEN SÓLO DOS HABITACIONES: LA NEGRA Y LA BLANCA. PARA RECORRERLAS, DEBE AVANZAR HASTA EL FINAL DEL PASILLO; DOBLAR A LA DERECHA PARA VISITAR LA HABITACIÓN NEGRA, O A LA IZQUIERDA PARA LA BLANCA.
El hombre caminó por el pasillo y dobló a la derecha. Un nuevo corredor se extendió ante sus ojos, divisó una enorme puerta al final de éste. Conforme se fue acercando, escuchó quejidos, lamentos y gritos de dolor, que provenían de la habitación negra.
Por un momento dudó en avanzar; cuando llegó a la puerta, respiró hondo, giro la perilla y entró. Sentados alrededor de una larga mesa, había cientos de personas; la mesa estaba repleta de los manjares más exquisitos que cualquiera podría imaginar y aunque cada plato estaba servido generosamente, estas personas se estaban muriendo de hambre. El motivo era que las cucharas tenían el doble del largo de su brazo y estaban pegadas a sus manos; de ese modo todos podían servirse, pero ninguno podía llevarse el alimento a la boca.
La situación era tan desesperante que el hombre dio media vuelta y salió corriendo del salón. Volvió al hall central y esta vez, se fue para el corredor de la izquierda, que conducía a la habitación blanca, era un corredor similar al otro que terminaba en una enorme puerta. Al avanzar escuchaba risas y voces en gran tertulia. Al llegar a la puerta, el viajero giró el picaporte y entró en la habitación, cientos de personas estaban sentados en una mesa repleta de exquisitos manjares; también cada persona tenía una larga cuchara pegada a su mano; sin embargo, a todos se les veía complacidos, se daban de comer unos a otros.
El viajero sonrió, dio media vuelta y salió de la habitación blanca.
Escuchó detrás de él un ‘click’ de la puerta que se cerraba, se encontró en su auto, manejando rumbo al Paraíso.
Anonimo